Alternativas a planificar la venganza perfecta y salvar tu alma
Carrie Gress, Ph.D.
Hay algo sumamente triste y desconcertante cuando descubres que has sido traicionado, independientemente de la gravedad de la situación. La amargura se intensifica si quien traiciona fue otro católico. En una protesta silenciosa, luchamos contra la verdad: “Pero los católicos no deberían tratarse así. ¿Cómo es posible?”.
La respuesta a la traición pasa de planear la venganza a la profunda tristeza, a la rabia más violenta y a todo lo que hay en medio. Pocos de nosotros podemos ignorar el suceso sin alguna herida interior.
Existen, sin embargo, algunas cosas que podemos hacer antes que planear la perfecta venganza.
Ir más allá de la incredulidad
Somos pecadores, y el hecho de ser católicos no ofrece garantías de que nuestra pecaminosidad no surgirá en una determinada situación. Nuestra afiliación religiosa no asegura que actuemos de manera santa, y es por eso que la confesión está fácilmente a disposición.
Nuestra cultura nos ha dejado a muchos de nosotros profundamente heridos y/o fuertemente vulnerables al vicio, y los católicos no son inmunes a las enfermedades de este tipo.
La Iglesia y el mundo son realmente un hospital de campaña. No deberíamos sorprendernos por el hecho de que las cosas más tristes sucedan ad opera de los orgullosos y los malvados.
Tomar una decisión
Como cualquier desafío en la vida, nuestra respuesta es lo que más cuenta. ¿Si agarramos un cuchillo, lo hacemos del mango o de la hoja? Puedes permitir que la traición te derribe o usarla para ayudarte a encontrar una fe más profunda y una relación más cercana con Cristo.
Un sacerdote una vez me dijo con gran sabiduría que cuanto más nos hacemos como Cristo, más experiencias similares a las de Él tendremos, incluyendo la ignominia, calumnia y la traición. ¿Por qué no deberíamos esperarnos vivir estas experiencias si lo seguimos realmente?
Trabajar en el bagaje emocional
Como siempre, la oración es el mejor recurso. Está bien ir con Dios y decirle por qué estás enojado. Obviamente ya lo sabe, pero de alguna manera el acto de explicárselo es una manera para aligerar el peso.
Querer hablar de las propias luchas es humano, pero hacerlo no es siempre fructífero o positivo. Presta atención a las personas con quien compartes información; estas conversaciones, sobretodo si las lanzas como semillas al viento en las redes sociales, pueden transformarse en chismes y calumnias, empeorando tu situación en lugar de mejorarla.
Como dijo san Ambrosio, “nadie se cura a sí mismo hiriendo al otro”.
Además de hablar con un amigo de confianza, escribir, hacer ejercicio o dar una vuelta en coche, también puede ayudar trabajar sobre las luchas mentales, sea cuando la herida está aún fresca o cuando ya han pasado algunos meses, cuando los recuerdos aún te atormentan.
En base a la profundidad de la herida, la ayuda profesional siempre es un elemento a considerar, pero también la ayuda profesional necesita rodearse de la oración. Pide a los demás que recen contigo y tus intenciones.
Considera única tu vocación
Dios ha permitido que sucediera por alguna razón. Permítele mostrarte cuál es.
Existe una tendencia entre aquellos que sufren, a menudo es relativa a su vocación o a una llamada especial que reciben de Dios para interceder por los demás.
Por ejemplo, el niño concebido durante una violación se vuelve la voz de los concebidos no nacidos; el pediatra que ve sufrir a su hijo con impotencia cura a los demás, el apologeta católico que soporta el desprecio de sus parientes ateos ayuda a conducir a los demás a la fe.
Si no permitimos que nos destruyan, nuestras traiciones pueden ser un signo de qué tipo de almas Dios quiere que ayudemos.
Anna, habiendo sufrido una gran injusticia por parte de un sacerdote, se sintió impulsada no sólo a rezar por ese sacerdote, sino también a rezar y a interceder por quien ha pasado por situaciones similares.
Recordar el rescate
En Los Miserables está la famosa escena en que el viejo obispo, tras haberle dicho a la policía que le regaló a Jean Valjean la platería que le robó, dice al criminal: “Jean Valjean, hermano mío, vos no pertenecéis al mal, sino al bien. Yo compro vuestra alma; yo la libro de las negras ideas y del espíritu de perdición, y la consagro a Dios”.
Como todos hemos sido rescatados por Cristo, a veces Cristo nos pide que rescatemos a otros, que paguemos el precio que otro no puede pagar. Es el corazón de la misericordia.
Estamos todos llamados a perdonar a quien nos ofende y a sanarlo a través y no a pesar de nuestro dolor y nuestro sacrificio.